Por Samuel Rodriguez Flecha, PhD / info@salaurbana.com
La labor magisterial es la menos apreciada y la más noble. Los seres que con vocación enseñan, impactan la infinitud del alma. Su trabajo vibra desde cada corazón hasta los más lejanos horizontes a través del tiempo y espacio.
Aprovecho esta oportunidad para reconocer a las maestras y maestros que me guiaron en mi educación formal, y para exhortar a todas y todos los que hoy día enseñan, a que no se cansen de sembrar.
La Sra. Báez (Kinder), primera en recibirme en la Escuela Antonia Sáez, en Humacao, inició en mí el amor por el salón de clases y las bondades del compañerismo. Las Sras. Rojas (1ero), Jaime (4to), y Santana (5to/6to) cimentaron en mí la lengua materna y la buena comunicación. La Sra. Agosto (2do), enseñándonos Verde Luz, entre otras muchas cosas, cultivó el amor patrio y el honor a la verdad. La Sra. Mojica (3ro), iniciándonos en el cooperativismo, alimentó mi sentido de comunidad.
Mrs. Cortes, Camacho, y López me proveyeron la base en el inglés, y también la autoconfianza, y la certeza de que el aprender inglés en nada minimiza nuestra puertorriqueñidad. Que, ante otras culturas, nada nos falta.
La Sra. Lebrón (4to), instruyéndonos en nuestras raíces e historia, me transmitió lecciones en la importancia del enfoque y la reflexión. La Sra. Matías (5to/6to) alimentó mi curiosidad por la investigación y la naturaleza. El Sr. Benítez (5to/6to, matemáticas), me enseñó la importancia de ser responsables y rectos, de trabajar duro, y no quitarse.
¡Tantas lecciones que aún hoy día me acompañan!
En Hartford, en la escuela intermedia, la Sra. Camacho (su esposo era boricua) me recibió recién llegado, con todos mis temores, me retó, y me impulsó hacia la excelencia no importando lo que me rodea. El Sr. Laureano, siempre nostálgico, fue el ancla en la clase de español, quien nutrió mis raíces mientras extrañaba mi Isla.
La Sra. Sánchez (9no) alimentó las semillas del civismo y el potencial de la unidad y la hermandad de todas las caras, brazos y hombros, sonrisas y lágrimas, vivencias y mentes de Latinoamérica.
Otros maestros también inspiraron pasión por la historia y la importancia del buen gobierno para el bien social (Karsky), el expandir horizontes y conocer culturas (Mangiafico), el sobrepasar barreras y vencer las dificultades (Lyons), y el aspirar y perseguir los sueños con pasión (Basile) no importando cuan improbables.
De regreso a Puerto Rico para grado 11, en la Petra Mercado, la transición fue dura al principio. el Sr. Laboy fue un bálsamo.
Con su irreverente sabiduría, despertó en mí y en mis compañeros el espíritu de lucha, de lucha por la vida, el hambre del saber, del saber profundo, de ahondar en el terreno de los ideales y el amor patrio. Desde el cafetal y el cañaveral hasta la playa. Con obras como las de Diaz Alfaro, Laguerre, y Marqués, cosió enseñanzas con la literatura hasta producir una capa color esmeralda, con destellos de pana.
Hizo un llamando a la celebración de la patria, la patria que se suda día a día, evocando el verdadero espíritu boricua de hermandad, de paz, de armonía.
Ya en la UPR, con la Profesora Helena Méndez aprendí a situar nuestro lugar en Latinoamérica y el mundo entero, a apreciar el realismo mágico, cómo el arte refleja nuestra existencia, y cómo las maravillas de nuestra Isla están a todo nuestro derredor, falta solo que observemos y escuchemos.
Me retó a cuestionar con sinceridad, a diferir con respeto y aprecio, a indagar con interés genuino de aprender y no para ganar un argumento, a ser constantes en nuestra lucha por preservar nuestras raíces y nuestra tierra. Al fin del día somos todos hermanos y nos debe impulsar el bienestar del prójimo.
La Profesora Luz I. Vega, mi mentora, me instruyó en el arte de interpretar, de crear, y de creer. Ya fuera con Faulkner, Dickinson, o Achebe, pude explorar pensamientos e ideas, trazar mundos de posibilidades, y formular expresiones de sensaciones, ideales, vivencias, y realidades. Creando hermandad en obras de teatro y acercando generaciones. Reafirmando nuestro corazón caribe a través de la tempestad shakespeariana e inyectándole la esencia jíbara y las melodías del cuatro a los sonetos ingleses. Resaltando la guasábara en medio del cafetal entre Capuletos y Montescos boricuas con sus machetes, sus guayaberas y sombreros, sus trajes típicos y amapolas.
En fin, gracias a todas mis maestras y maestros que me equiparon bien, con una base no solo académica sino cultural y humana, que me prepararon para enfrentar y tener éxito más allá de las fronteras bañadas por las olas caribeñas sin perder mi norte, y que me recibieron de nuevo en mi terruño para reafirmarme que, no importando la distancia geográfica ni el tiempo, esta Isla bendita siempre será mi casa.
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