Por Samuel Rodriguez Flecha, PhD / info@salaurbana.com
Basta decir María y todos sabemos de qué estamos hablando. Aun personas que saben casi nada de Puerto Rico, a seis años de María preguntan cómo está el grid (sistema eléctrico) en la Isla. Es casi como una nueva modalidad de preguntar como está la familia.
Los que lo vivimos, aun recordamos vivamente los estragos, la desolación, las historias similares de tantos hogares y tantas familias, de alguien aguantado una puerta, las casas inundadas, el esconderse en el baño, el relato del momento en que voló el techo, los derrumbes, la incomunicación.

La mañana del 21 de septiembre trajo a la luz la devastación. ¿Cuántos no pensamos o escuchamos personas a nuestro alrededor expresar que parecía como que una bomba había caído en todo nuestro derredor? Otros solo lloraban o permanecían sin palabras. Aún recuerdo el observar a mis padres contemplando el panorama, sin decir mucho, dándose consuelo a través de un abrazo.
En nuestro vecindario nos tomó varios días limpiar camino hasta la carretera principal. Muchos hemos pasado por la experiencia de varios huracanes. Recuerdo cuando pequeño el Huracán Hugo, y ya cuando joven a Georges. Los caribeños sabemos de los estragos asociados a los huracanes, pero nadie estaba preparado para los efectos de María.
Una semana sin electricidad ni agua potable se sobrelleva, pero la devastación que causó María fue tal que, en vez de semanas, fueron meses, meses sin luz, sin agua potable, sin telecomunicaciones, meses de dificultades y escasez.
La búsqueda para suplir las necesidades básicas se convirtió en una tarea diaria, filas de horas para todo, para agua, para alimentos, para combustible… la ciudadanía comenzó a desesperarse. Los toques de queda no tardaron en decretarse.
Tanta dependencia de los adelantos tecnológicos nos dejó vulnerables. Nos dimos cuenta rápidamente de la fragilidad de la sociedad y su orden.
Muchas personas murieron a causa de no tener acceso a energía para atender sus condiciones de salud. Otras, abrumadas, no pudieron lidiar. Podríamos escribir muchos libros, tantas historias y consecuencias.
Pero María también trajo cosas buenas. Las familias se unieron más, los vecinos hicieron comunidad más genuina, y los lazos entre la Isla y la diáspora se fortalecieron.
Muchos de nuestros compatriotas en el exterior se activaron para enviar provisiones, otros vinieron como voluntarios tan pronto pudieron para ayudar a recoger escombros, traer alimentos y artículos de primera necesidad, y ayudar en operativos de restauración.
Por otro lado, muchos se fueron de Puerto Rico al haberlo perdido todo, al encontrarse sin trabajo, por motivos de salud, falta de infraestructura confiable, y la lentitud extrema para restablecer los servicios.
El éxodo fue significativo, aun cuando ya antes de María se observaba un patrón migratorio de puertorriqueños a consecuencia de la crisis económica que hemos venido arrastrando desde los primeros años de este siglo 21.
Seguido María, la mayoría de las familias que se trasladaron a los Estados se mudaron a Florida (30%), Pensilvania (10%), Massachusetts (7%), Texas (7%), Connecticut (6%), Nueva York (6%), New Jersey (5%), Ohio (3%), Maryland (3%), y Georgia (3%) (J Hinojosa, 2018, Two sides of the coin of Puerto Rican migration: Depopulation in Puerto Rico and the redefinition of the diaspora. Centro Journal).
Especialmente en emergencias, las familias se mudan inicialmente a destinos tradicionales, donde hay mayor presencia de boricuas. Sin embargo, algo característico sobre la migración de boricuas en estas últimas décadas es la movilización no solo a los estados y ciudades tradicionales como Connecticut, Massachussets, Ohio, Nueva York, Filadelfia, Chicago, sino también a destinos menos comunes como Texas, Georgia, las Carolinas, Virginia, y Michigan. Esto en parte se debe a que usualmente uno se va a donde hay trabajos y también a que los puertorriqueños en los Estados se han ido expandiendo a otras regiones, facilitando así que los puertorriqueños en la Isla tengan más opciones a la hora de decidir a donde ir.
Hoy día aun vemos y sentimos los efectos de María, incluyendo en la diáspora. Aunque muchos regresaron una vez pudieron mejorar su situación, otros optaron por permanecer en los lugares donde se mudaron.
Así como la naturaleza comenzó su labor de reverdecer inmediatamente después de sufrir los vientos de María, comenzamos la tarea de levantarnos. De la misma manera se esparcieron como semillas familias boricuas en diferentes estados y ciudades, retoñando y ampliando el jardín isleño que continúa floreciendo en el continente.
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