Por Jomar Rodríguez Agosto, MS / Estudiante Doctoral de Psicología Clínica
La normalización de la violencia y conflictos familiares es algo que suele suceder en algunos hogares. En ciertos casos las conductas inadecuadas son aprendidas y transmitidas de una generación a otra, y son consideradas buenas, o por lo menos son toleradas. En otros casos la normalización ocurre por medio de lo que es popularmente conocido y aceptado en la calle. ¿Cuántas veces has escuchado decir sobre los niños: “… y eso, deja que crezca y llegue a la adolescencia”?; insinuando que es común que los menores presenten problemas conductuales más severos en esta etapa de su desarrollo.
Si nuestros hijos ya están presentando problemas en la niñez, no es normal o adecuado que las mismas incremente a gran escala al pasar los años. La adolescencia ciertamente es una fase complicada, como también otras fases de nuestras vidas. Cada una posee sus peculiaridades, pero suele ser coloquialmente aceptado que comúnmente los adolescentes son conflictivos, y emocionalmente inestables. Sin embargo, esto no puede estar más lejos de la verdad.
Es común que exista un aumento en el número de conflictos familiares cuando los hijos llegan a la adolescencia, porque se encuentran en una etapa donde quieren ganar más independencia y esto choca con lo que sus padres le permiten realizar. Sin embargo, la intensidad de estos conflictos en la mayoría de los hogares no es severo. En un estudio se encontró que el 67% de los adolescentes demostraban sostener relaciones adecuadas con sus padres.
En otro estudio, sólo el 14% de los adolescentes (alrededor de los 12 años) informaron relaciones turbulentas con los padres. Aunque este número aumentó a un 29% en la adolescencia media (cerca de los 16 años), se observó una disminución al 10% en la adolescencia tardía (alrededor de los 20 años). Ciertamente el observar algunos conflictos es normal, pero la mayoría de los adolescentes poseen una relación positiva con sus padres.
Una cantidad sorprendente de adultos creen que los adolescentes son mejor descritos como emocionales, ansiosos, deprimidos, y torpes. Dichos estereotipos resultaron ser consecuentes porque los padres que eran más propensos a creer que la adolescencia se caracteriza por ser emocional o estar mal humorado, eran los menos probables a responder a las necesidades de sus hijos. Puede que piensen: “¿para qué prestar mucha atención a su estado emocional si es normal que en la adolescencia actúen así?”.
Los adolescentes ciertamente son más propensos que los niños a caer en depresión y a presentar pensamientos suicidas, pero este no es el caso en la mayoría de ellos. Por lo tanto, si su hijo presenta síntomas o señales de esta índole es importante atender la situación y dialogar sobre ello, y no considerarlo como una fase normal de la adolescencia.
En fin, los adolescentes experimentan las emociones de manera más intensa en comparación con los niños y adultos, pero la evidencia científica también señala que la mayoría de ellos son capaces de manejar sus emociones adecuadamente. Estas destrezas de afrontamiento las han podido desarrollar durante los pasados años.
Desafortunadamente, no todos los jóvenes aprenden dichas destrezas para atender los problemas que les aquejan. Los padres deben estar alerta a las señales que nos dejan saber si ellos están atravesando por una situación negativa y buscar ayuda profesional de ser necesario. Algunas de las señales son: una reducción en sus calificaciones escolares, aislamiento, baja autoestima, coraje o agresión, pobre higiene, cambios en los hábitos alimenticios, aumento o pérdida de peso, abandono de amigos, auto-laceraciones, pérdida de interés en actividades que le gustaba hacer antes, preocupación extrema / ansiedad, irritabilidad intensa y constante, y problemas con el sueño o fatiga.
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